miércoles, 8 de agosto de 2007

34. MANEJO DE ALGUNAS INTERRELACIONES QUE NOS RESULTAN DIFÍCILES

MANEJO DE ALGUNAS INTERRELACIONES QUE NOS RESULTAN DIFÍCILES.

A VECES HAY QUE ENCOGERSE DE HOMBROS.

Aprenda a pasar por alto algunas cosas. Por ejemplo, actitudes y comportamientos de otras personas que a usted pueden parecerle irritantes, pero que no le perjudican en nada. Limítese a encogerse de hombros y olvidar el asunto. Por ejemplo, en una reunión en la que no se siente usted muy a gusto con los temas de conversación o con las expectativas de los demás, no hay que conceder excesiva importancia a la conducta de los asistentes, dando la nota ruidosa o mostrándose insultante, para acabar perjudicándose a sí mismo y lastimando a los demás. El pasar por alto ciertas cosas no es la actitud de un farsante; sólo, ni más ni menos, que una persona que no necesita proclamar en todo momento cuál es su postura.

No tiene porqué sentirse fácilmente ofendido por la conducta o el lenguaje de otras personas, dejarse abrumar por el temperamento desabrido de otras personas, o resultarle a uno difícil apartarse de las personas que le parecen inoportunas, como borrachos o charlatanes embaucadores.

DARSE POR OFENDIDO O DEJARSE DESASOSEGAR POR LOS DEMÁS.

No tiene necesidad de darse por ofendido, ni por desaires que le dediquen ni por cosas a las que se haya acostumbrado a “considerar insultantes”. Si no aprueba el comportamiento o lenguaje de alguien, ignórelo, y san se acabó, particularmente cuando no tiene que ver nada con usted. Si lo que las otras personas hacen o dicen “le sacan de quicio”, está usted permitiendo precisamente que las personas que le desagradan empuñen las riendas de usted. Encójase de hombros, desdeñe el asunto o pregúntese si realmente la cosa es tan mala. Si prefiere esforzarse en (y vale la pena el esfuerzo por) cambiarla, no deje de hacerlo. Pero en ningún caso elija la postura de sentirse ofendido y dejarse desasosegar por la situación.


ANALIZAR SUS RELACIONES PERSONALES HASTA LA CONSUNCIÓN.

El examen en profundidad de las relaciones con los demás comporta a menudo prolongados diálogos acerca de diversos temas, estudio de afinidades, intento de comprender las motivaciones del otro y promesa de continua y recíproca compenetración emocional. Esto puede ser estupendo de vez en cuando. Pero si se pretende analizar permanente y constantemente sus relaciones con las otras personas, particularmente en su matrimonio, se corre el alto riesgo de crear tensiones en la relación, lo que hace que el ejercicio sea frustrante y fastidioso. Las relaciones más hermosas que he observado son las de las personas que se aceptan mutuamente tal como son, en vez de analizar todo lo que hacen. Por ello, evalúe hasta qué punto acepta a sus seres queridos en su vida por lo que son. El compartir ideas y sentimientos es una experiencia hermosa que debe alentarse, siempre que no se imponga como obligación regular que conduce al exceso de análisis. Cada persona debe dejar al otro ser un ente único y, como dice Kahlil Gibrand, “Permitid que haya espacios en la estrecha unidad de vuestro compañerismo”.

DISCUTIR ALGO QUE NO MERECE LA PENDA DEFENDER.

Repudie la idea de que discutir es siempre saludable. Aunque una buena polémica puede resultar divertida cuando nadie sale de ella con los sentimientos heridos, por regla general ello no es posible con los aficionados a las disputas verbales, personas que necesitan realmente discutir. En algunas circunstancias, son personas que esperan o necesitan que usted replique, a fin de tener excusa para incrementar su cólera. No se deje arrastrar a la pendencia; manténgase sereno y, si le es posible, intente desactivar la carga explosiva que pueda tener la situación. Incluso aunque usted “gane” una discusión acalorada, la tensión física que sufra bastará para hacerle comprender que en realidad no ha ganado. De modo que propóngase evitar tales discusiones y conservar la cordura y la salud.

TENER QUE DEMOSTRAR UNO MISMOS SUS RAZONES O SU PROPIA COMPETENCIA.

La conducta discretamente efectiva no comporta necesidad alguna de ponerse uno a prueba. Usted ya no es un niño en desarrollo al que los demás tienen que observar y que necesita ponerse a prueba constantemente ... so pena de que sea usted uno de esos adultos que aún anhelan la aprobación de prácticamente todas las personas con que se tropiezan, porque desarrollan su concepto se sí mismos sobre la base de lo significativamente que otras personas reaccionen ante usted.

Tener que demostrar a los otros su propia competencia ante todo el mundo constituirá en su vida un enorme factor coactivo. Se sentirá desasosegado cuando los demás no le presten suficiente atención, cuando lo censuren o cuando no le entiendan.

Pronto aprenderá a sentirse encantado de sus triunfos discretos.

Existen circunstancias en las que por pretender realizar nuestras necesidades, terminemos como seguros perdedores, además de haber malgastado nuestro tiempo organizando una escena desagradable. Resulta más inteligente y eficaz analizar las circunstancias y encontrar una solución que nos sea satisfactoria, sin herir los sentimientos de nadie y sin tener que demostrar su superioridad a nadie.

En tales casos, el tacto es una consideración de suma importancia. Ser diplomático comporta no facilitar las cosas para que las susceptibilidades ajenas se sientan heridas y respetar los sentimientos y responsabilidades de los demás. Cuando uno tiene que demostrar sus “razones”, a menudo se olvida del tacto y se muestra grosero, para acabar convertido en víctima o perdedor.

DEMOSTRAR LA PROPIA COMPETENCIA ANTE FAMILIARES O AMIGOS.

En muchísimos casos, en el matrimonio, o en el seno de la familia, las personas no se sienten libres, principalmente porque viven en la constante expectativa de tener que demostrar su capacidad, de verse sometidos a prueba, o el temor de que siempre les comprendan. Dyer analiza el caso de nuestra reacción cuando en la mesa un amigo derrama un vaso de leche; muy seguramente la reacción de la mayoría sea decir, “No te preocupes, no ha pasado nada”. Pero si es a un miembro de la familia al que le ocurre tal desaguisado, es muy probable que la reacción sea de reproche (“¡porqué tienes que ser tan torpe!”) o incluso de regaño. Frente a tales situaciones, sea como un amigo para sus seres queridos. Pocas familias comprenden que si no se respeta a sus miembros, con las debidas garantías de intimidad y el derecho a no tener que confirmar o dar explicaciones a cada momento, los lazos de afecto se ponen demasiado tirantes y se convierten en cordones de tensión.

PERSONAS QUE QUIEREN QUE SE UNA A ELLAS EN SU DESDICHA.

“Manteneos apartados de la tristeza, porque la tristeza es una enfermedad el alma. Desde luego, la vida encierra innumerables infortunios, pero el espíritu que ve todas las cosas en su aspecto más optimista y todo designio dudoso le parece repleto de latentes signos positivos, lleva dentro de sí mismo un antídoto poderoso y perpetuo. El alma melancólica acentúa la gravedad de las desventuras, mientras que una sonrisa alegre disipa frecuentemente esas brumas que presagian tormenta”. Lidia Sigourney.

No está usted obligado a compartir los infortunios de las personas amargadas, eternamente malhumoradas, de mal talante, o que se pasan la vida auspiciando desastres o encontrándole defectos a todo. Rodéese de caras alegres –de personas deseosas de crecer y disfrutar, que contemplan el futuro armados de alegría y optimismo-, en vez de individuos quisquillosos y personas que se quejan constantemente de la manera en que el mundo las trata.

Esas personas por lo general nunca están dispuestas a emprender la tarea de mejorar su carácter, rechazarán con firmeza toda tentativa que lleve a cabo el prójimo para entenderlos, y pretenderán convertir a los demás en víctimas, a base de afirmar que nadie los entiende.

Desde luego, uno puede brindar consuelo ayuda al infeliz crónico. Intente ser afable con ellas; no dude en ayudarle. Pero si sus ofertas de colaboración se ven rechazadas y la retahíla de cuitas, quejas y lamentaciones continúa sin fin, lo más sano es evitar la compañía de tales personas, pues pueden terminar por abatirle. Niéguese a sentirse culpable y a escuchar las excusas acerca de porqué los jeremías crónicos no pueden hacer esto o aquello.

Puede intentar también una cordial confrontación, sin ser sarcástico, con una frase directa como “Yo soy de los que disfrutan de la vida y no me interesa que me la amarguen”. De esa forma usted no se convertirá en una víctima de la víctima.

Si pese a sus esfuerzos la otra persona se deja dominar por el temor o por alguna disposición de ánimo negativa, que puede terminar arrastrándole a usted, persista en el estado de ánimo que usted considere más sano, el que usted ha escogido, e ignore los arrebatos de melancolía ajenos. Recuerde que dos personas revolcándose en la tristeza es peor que una sola.

CONTRARRESTAR EL TRUCO DEL “NO COMPRENDO”.

· Recuérdese y recuerde a los demás que no está obligado a explicar su conducta personal a nadie. Si rinde cuentas de ella en algún sentido lo hará por voluntad propia, porque le parece bien, no porque tenga que satisfacer los deseos o esperanzas de otros. No tiene porque agotarse dando toda clase de explicaciones demostrativas a la gente

· Niéguese a dar explicaciones a alguien cuyo interés por escuchar lo que usted pueda decirle brille evidentemente por su ausencia. En el momento en que se dé cuenta que dirige la palabra a una pared, interrumpa su intento.

· Acepte que a veces el prójimo no le entienda, y ello no conlleva nada patológico en usted o en sus relaciones. Nunca conseguirá que le entiendan todos.

· Con su propia conducta, manifieste usted a la gente que está dispuesto a insistir en la preservación de su intimidad. Resérvese para sí el tiempo que desee o juzgue oportuno. Hágalo firme y amablemente, pero hágalo. No se deje convencer para renunciar a su intimidad, sólo porque otra persona no le entienda o le tache de solitario.

· Una vez que usted ha manifestado sus preferencias con respecto a un tema, manténgase firme y pletórico de convicción y verá como se respetan sus deseos. Es una buena forma de replicar a las frases del tipo “hazlo por mí”, “no comprendo qué daño puede hacerte el que hagas eso”, etc.

· Ante una frase inculpadora como “Me has ofendido” puede usted replicar “Te estás ofendiendo a ti mismo” o “eres tú solo quien te estás lastimando”; de esa forma se sitúa la responsabilidad del hecho de que alguien se sienta ofendido en la persona que ha decidido sentirse dolida u ofendida.

· Cuando se manifieste todo lo lógico que le es posible y eso no le lleve a ninguna parte con un “adversario”, aprenda a renunciar a la lógica y busque estrategias en algún otro sitio. Por ejemplo, buscar una solución práctica, interpretar un poco de teatro o alguna otra técnica que conduzca a un resultado favorable a sus intereses.

· No trate de dárselas de triunfador ante personas con autoridad, o de demostrarles a sus jefes que se han equivocado. Concédales la sensación de poder que necesitan experimentar, o no los coloque en situación de rivalizar con usted para defender su ego. Ello puede evitarle un sinfín de complicaciones con ellos. En absoluto eso significa ser débil; representa simplemente actuar con una estrategia efectiva, lo que exige saber cuándo se debe uno silenciar sus puntos de vista y cuándo debe expresarlos en voz alta.

· Abandone la costumbre de pedir disculpas por su persona o por su conducta. No tiene por qué lamentar el haber hecho algo que a los demás no les gusta; si usted realmente considera que se equivocó, sencillamente puede escarmentar y aprender, anunciar a quienquiera que pueda sentirse herido que va a esforzarse en evitar la repetición de tal comportamiento, para después seguir adelante con la vida. Decir constantemente “lo siento” puede convertirse en un espantoso hábito de víctima, en un reflejo de “aceptar toda la culpa”.

ENSEÑAR A LOS DEMAS COMO DESEA USTED QUE LE TRATEN

“A uno le tratan del modo que ha enseñado a la gente a tratarle”. Si se siente denigrado por el proceder de los demás con respecto a usted, examine entonces su propio pensamiento y su propia conducta, y pregúntese por qué permitió o alentó las afrentas de las que se queja. Si no se hace responsable de la forma en que le tratan los demás, continuará sin poder remediar nada.

Las ofensas no proceden de lo que los demás hagan, sino de lo que usted decida hacer con los actos de los demás. Si cambia usted sus actitudes y expectativas en lo concerniente a sentirse ofendido, no tardará en comprobar que la arbitrariedad ha concluido y que su condición de víctima quedó eliminada.

La teoría del “golpe de karate”.

Si desde el principio reacciona uno a partir de una posición de fortaleza y se muestra dispuesto a no tolerar conducta abusiva por parte ajena, se enseña al interlocutor, de una vez por todas, algo muy importante: que uno no permitirá ni por un segundo que le maltraten, de palabra o de obra. Llorar, mostrarse sorprendido, agraviado o temeroso representan señales fatídicas de que usted puede ser manipulado o esclavizado. Si usted acepta una y otra vez un comportamiento lesivo contra usted de parte de los demás, como una falta de respeto o un trato abusivo, estará despejando el camino para que le sigan tratando así, como usted les ha enseñado que le traten.

Se enseña a la gente mediante la conducta, no con palabras.

El comportamiento es el maestro más eficiente del mundo. El acto que demuestra su resolución personal vale más que un millón de palabras bien intencionadas. Por ello, el comportamiento es el único modo de enseñar a los demás a que se abstengan de fastidiarle a uno. NO es necesario hacer algo inmoral o contrario a sus valores morales, cuando se necesita dar una lección a alguien y las palabras han patentizado su inutilidad. Verdaderamente, como dijo Ibsen: ”Mil palabras no dejarán una impresión tan profunda como un hecho”. Prescinda de las palabras cuando no dan resultado y cree, en cambio, un arsenal de pautas de comportamiento que coloquen todo su ser en el punto donde está la boca. Uno ha de disponer de su independencia para ser uno mismo y sólo puede conseguirlo enseñando a los demás dónde se encuentran los límites de lo que uno está dispuesto a aguantar.

Sobre la forma de manifestarse eficazmente enérgico.

Muchas personas presuponen que ser enérgico significa mostrarse desagradable, antipático o deliberadamente insultante, pero no es así. Significa efectuar declaraciones audaces y llenas de confianza, en defensa de sus propios derechos o de su individualidad e independencia.

Uno puede aprender el arte de discrepar sin mostrarse desagradable y uno puede hacer valer sus reivindicaciones sin necesidad de ser arisco. Si a usted le tratan del modo en que enseña a los demás a tratarle, entonces no tiene más remedio que mostrarse enérgico. Porque, si no recurre a la energía, es muy probable que acaben tratándole como víctima.

Para llegar a alcanzar sus objetivos, no se asuste ante el riesgo que pueda entrañar dar un paso al frente e insistir en la defensa de sus derechos, cuando éstos se ven amenazados. Aprenda a combatir sus temores internos. Desarrolle la firmeza y la determinación de no retroceder ante potenciales avasalladores. El otro lado de la moneda es que cuanto más eluda el comportamiento enérgico, más indica al prójimo que está usted predispuesto a convertirse en víctima ajena.

Sistemas para indicar al prójimo cómo desea usted que se le trate.

· Reaccione drásticamente ante los intentos de abusos. Retírese de las situaciones en las que se le agreda de palabra. Actúe con firmeza de comportamiento, de modo que el mensaje de que usted no va a aceptar más opresión se transmita de manera clara y sonora.

· Suprima de su vocabulario todos los términos y frases quejumbrosas. Deje de reprochar a los demás lo que le pasa a usted.

· Prométase correr riesgos activos en sus relaciones con dictadores potenciales. Replique a la persona altiva y despótica. Levante la voz cuando en las discusiones en grupo se vea en peligro de coacción. Retírese de las situaciones en que considere que la trifulca es inútil o no merece la pena.

· Practique la pronunciación de frases dinámicas, rezumantes de entereza. Considere estos ejercicios como ensayos con vistas a los grandes acontecimientos. Cuanto más ensayo, mejor preparado se encontrará usted para las ocasiones importantes.

· Deseche las frases que permiten o invitan a los demás a sojuzgarle. Declaraciones como: “nunca he entendido gran cosa de cuestiones legales”.

· No permita que los otros le hagan sentirse culpable respecto a su nuevo comportamiento enérgico. Resista la tentación de dejarse dominar por el sentimiento de culpa cuando alguien le dirija una mirada dolida, una súplica, un regalo (soborno) o una respuesta colérica. Tratándose de sus familiares, muéstrese afectuosamente firme.

· Demuestre a los demás que tiene perfecto derecho a reservarse el tiempo que juzgue oportuno para hacer las cosas que le gustan. Sea inflexible en los descansos que le correspondan. Exija lo que le corresponde. Considere sus períodos de descanso y relajación como algo de la máxima importancia, pues efectivamente lo son, e impida con firmeza que otros se los usurpen o estropeen.

· Niéguese a actuar de mediador para resolver las disputas de otras personas. Usted no tiene porqué actuar de árbitro o a tomar partido en las querellas ajenas, a menos que quiera hacerlo y pueda a todas luces hacer algo bueno.

· Adiéstrese para no mostrarse colérico frente a las personas a las que ha enseñado a manipularle para que se enfurezca. Si tradicionalmente se ha dejado dominar por la rabia hasta perder los estribos y acabar diciendo y haciendo cosas que posteriormente lamentó, recupere el control de sí mismo.

· Diga ¡No!. Olvide los quizá, rodeos o indecisiones que proporcionan al prójimo espacio y ocasión para no comprender lo que usted quiere decir. La gente respeta un firme NO mucho más que un prolongado andarse por las ramas para disimular los verdaderos sentimientos de uno.

· Cuando encuentre quejicas, interruptores, polemistas, fanfarrones, charlatanes embaucadores, y personas análogas, puede usted señalarles su conducta calmosamente, mediante indicaciones como: “Acabas de interrumpirme”, “Eso ya lo dijiste antes”, “se lamenta de cosas que nunca cambiarán”, “Pierdes una barbaridad de tiempo fanfarroneando”. Si bien tales tácticas pueden parecer crueles, en esencia constituyen tremendos mecanismos adoctrinadores para informar al prójimo de que uno no es un potencial sacrificado más, susceptible de someterse a un comportamiento alienante.

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